La embestida de Pinochet, la muerte de los amigos, la tortura de los compañeros, el desaparecimiento de hermanos, la prisión de colegas, el exilio de toda una generación transida de futuro en un momento privilegiado de tensión histórica creadora, han conseguido relativizar nuestra espontaneidad, matizar la fe en la humanidad, poner en actividad permanente la muerte en la perspectiva cotidiana. ¿Tal vez habría que agradecerle por esta inmadurez indeseada?
(Skármeta, 1982, p. 135)
Chile había sido un país con tradición democrática. La izquierda representada en la Unidad Popular había llegado al poder en cabeza de Salvador Allende a través de las urnas. El país se enfrentaría en 1973 a la sustracción de todos sus referentes, en un plan sistemático organizado por el gobierno militar en el que la represión tomó sus rostros más crueles.
Veamos Chile, la memoria obstinada (Documental Patricio Guzmán, 1997).
Patricio Guzmán es un reconocido cineasta chileno quien estuvo detenido durante dos semanas en el Estadio Nacional durante la dictadura y luego partió al exilio. Había realizado en 1977 el documental La Batalla de Chile, considerado como uno de los filmes políticos más importantes de la historia, en el cual grabó el último año de Allende e incluso el Golpe del 11 de septiembre. La trilogía que integra este documental se presentó después de las incontables peripecias que requirió su producción.
En 1997, de vuelta en Chile Patricio Guzmán presenta a través de Chile, la memoria obstinada la reconfiguración de identidades que se da a partir del encuentro entre dos generaciones: una que vivió un episodio imborrable en la historia de Chile, en el exterminio de las colectividades políticas y en las marcas personales que atraviesan las subjetividades, y cuya razón de vida se convierte en la reivindicación de la memoria; y otra que apenas nacía en los años de la dictadura y que había sido educada para el olvido.
A quienes hacen parte de la primera generación, la identidad les fue arrebatada de muchas formas, el miedo, la tortura, el encierro, la desaparición, el nombre…
(…) hablaría del hombre alienado, destruido, aniquilado, humillado, con ojos vendados, obligado a mirar realidades distorsionadas, atravesando el espejo de Alicia, un cadáver con movimientos obligados, sin tiempo, automáticos, el cadáver que yo había sido durante 5 meses y 6 días
(Guillermo Núñez, 1978, p .29).
Me llamo Luz Arce. Me ha costado mucho recuperar este nombre. Existe sobre mí una suerte de "leyenda negra", una historia imprecisa, elaborada al tenor de una realidad de horror, humillación y violencia (…) El país tiene que rescatarse a sí mismo y enfrentar su verdad para poder dejar en el pasado lo que pertenece a este, y pensar y construir un futuro libre del olvido o la mentira. Me doy cuenta que yo necesité hacerlo. Fue importante, fue indispensable para decirme otra vez: mi nombre es Luz.
Luz Arce (p. 19, p. 387).
El miedo a la muerte experimentada en carne propia o a través de las experiencias con relación a los otros es expresado de manera recurrente en los relatos en donde el cuerpo es el blanco sobre el que recaen las posibilidades del accionar represivo. En esta medida la tortura, como lo dijimos respecto a los testimonios chilenos, es una de las modalidades que más aterrorizan a los sujetos y su amenaza, cuyo límite extremo es la muerte, es uno de los tropos persistentes en los relatos ya que frente a ella la probabilidad del derrumbe del sujeto, con todas sus consecuencias de enajenación, de delación, de pérdida de identidad, está a flor de piel.
Ahora tratemos de establecer relaciones…
¿Por qué es tan importante para Luz reconocerse de nuevo en su propio nombre?
¿De qué manera las experiencias de represión sobre una generación influyen en la configuración de identidades de la siguiente?
¿Cuál es la importancia de la reconstrucción de la identidad para los procesos de paz y para las garantías de no repetición?